Sujeto a cambios de última hora 2. (La estilista escondida)

En todas las relaciones, al menos en la mayoría, está esa tendencia a ir frecuentando determinados lugares que con el tiempo se van adoptando como propios, cuando uno menos se da cuenta, el lugar en si termina siendo parte de la relación, se vuelve como un refugio, y si la relación termina, acudir a ese, o esos sitios, puede causar nostalgia y melancolía; puede tratarse de algún parque, una plaza, una calle, etcétera; Susana y yo teníamos nuestro sitio, era un café en Gante, como a una cuadra del restaurante de comida china y a dos de donde se venden libros viejos y/o usados; había varias rutas para llegar ahí, pero había tres en particular que preferíamos, dependía de la situación, cuando estábamos de ocio elegíamos la más larga que era caminar desde el Zócalo por Madero, era divertido, en ocasiones nos deteníamos para mirar a los disfrazados y emitir juicios crueles o sarcásticos sobre sus atuendos, pero éramos justos, hubo también algunos de los que tuvimos que admitir tanto la calidad como originalidad de disfraz y quizás hasta nos terminamos tomando fotos con ellos; a ambos nos parecía de mal gusto el tipo ese que se paraba en medio de Madero con su perro, un Scooby Doo gris al que muchas personas, sobre todo mujeres, se detenían a admirar y acariciar, y el dueño dejaba que lo hicieran para, acto seguido, pedir una cooperación “voluntaria” para el helado del animal, esa era la parte que se nos hacía vil, solíamos decir que eso que el tipo hacía con su perro no estaba muy lejano de la prostitución. Otra ruta que disfrutábamos era caminar por Tacuba hasta gante y pasar a mirar libros, preguntar precios y regatear para a veces terminar sin comprar nada, aunque si lo hicimos un par de veces, pero ese no era el encanto de esa ruta, cuando íbamos ahí, iniciábamos un intercambio de opiniones y nos hacíamos recomendaciones literarias mutuamente y eso, escucharla hablar del libro en turno o defender su postura acerca de algún título, ese era el verdadero encanto de caminar por ahí; la tercera ruta era la mas sencilla, salíamos del metro Bellas Artes y de ahí caminábamos, esa ruta la usábamos solo cuando teníamos el tiempo medido para vernos

En la cafetería, que además de tener servicio de bar, también tenía su espacio reservado para una banda que tocaba covers de rock en español y a veces en inglés, pero eso solo era de viernes a domingo, estaba formada por instrumentos básicos, guitarra, batería, bajo y teclado, el vocalista que tenía un look copiado de Bob Dylan era también el guitarrista y del bajo se encargaba una chica bastante atractiva que gustaba de usar botas toscas con detalles de metal y blusas de licra estampadas con logos de bandas como los Strokes o Pink Floyd, además de colegas eran pareja; Susana y yo bromeábamos con que yo tenía gusto por la bajista y ella por el vocalista, a veces llevábamos la broma lejos y caíamos en la crueldad, pero tengo la teoría de que ese fantasioso cuadro amoroso no era otra cosa mas que un inconsciente recordatorio de que nuestra relación en algún momento terminaría.

El caso es que ella me corto el cabello una vez, la idea le nació exactamente en el café, habían pasado ya casi cuatro meses desde mi última visita a la peluquería y mi cabello comenzaba a molestarme, le dije que estaba pensando en hacerme un corte diferente al de siempre, que incluso había contemplado la idea de hacerme un mohicano, pero que aún no era un hecho; tengo que aclarar esto, tengo una regla básica en mi repertorio de “reglas personales” que se refiere específicamente a no tratar asuntos relacionados con mi apariencia personal con una mujer con la que este saliendo, si  lo hice con ella fue porque fue la manera fácil de esquivar un reclamo suyo, se acababa de teñir el cabello, fue un cambio “abismal”, paso de ser negro azulado a negro morado y no me percate de eso; estábamos a punto de entrar en el típico dialogo donde la mujer dice, aparentemente sin intención pero con intención “me teñí el cabello” y uno como idiota responde “ oye, si es cierto, se te ve genial” para no quedar mal, aunque a final de cuentas uno termina por quedar mal, porque eso sí, las mujeres, cuando quieren discutir o hacerlo sentir a uno culpable o al menos hacerlo parecer, se las arreglan bastante bien, esa discusión siempre termina con ella diciendo “te lo tuve que decir para que lo notaras, así ya no valen tus comentarios” que es generalmente lo que solía ocurrirme con Irene, pero si son demasiado sensibles cierran con esta frase “es que no te importo”; yo opte por la otra opción, antes de caer en la discusión desvié la conversación hacia mi cabello, creo que funciono, porque se rio con la idea de verme con corte mohicano, aunque casi inmediatamente se le ocurrió la idea de cortarme ella el cabello, cosa que quizás era su venganza por no fijarme en su nuevo color de cabello. Fue sutil su propuesta, primero pregunto porque no me lo había cortado, después que donde me lo cortaba, respectivamente respondí que simplemente había pasado el tiempo y no me había dado el tiempo para ir a la estética, después le conté del localito al que voy atendido por señoras de la tercera edad o cercanas a ella, le dije que ir ahí tenía su gracia, mirar sus muestrarios de cortes para caballero con fotos de cuando Manuel Mijares tenia éxito propio y era algo más que el ex marido de Lucero, de Manuel Capetillo antes de casarse con Bibí Gaytán y ser maestro de la academia y de asiáticos con looks al más puro estilo de los 90´s me dibuja siempre una sonrisa en la boca, además, escuchar las conversaciones entre ellas me daba una idea de cómo  va cambiando la perspectiva de la vida a esa edad, le conté de cierta ocasión en que Clarita, mi estilista de cabecera, al menos yo la llamo así, me contagio de su tristeza, su hijo mayor tenia días de haber fallecido y le contaba a su compañera y a su jefa como había ocurrido, paro cardiaco fulminante; por un momento casi se rompió, sus manos comenzaron a temblar y sollozo disimuladamente, logro reponerse lo suficiente para seguir cortándome el cabello, yo quería decirle algo a Clarita, pero soy pésimo dando pésames o dando palabras de aliento, el problema es que no me la creo porque sé que es insuficiente, es más, decir un “lo siento” cuando es referente a una persona a la cual no conocí y de la cual ni siquiera sabía de su existencia, en mi opinión, puede caer en la categoría de hipocresía; Susana también casi se rompe cuando le conté eso, no me gusto su mueca triste y mejor  le conté de como a veces involuntariamente resultan graciosas, como la vez en que una clienta contemporánea a ellas que su compañera atendía se estaba quejando de unos dolores en las piernas que le habían comenzado hacia cosa de una semana y que no se le quitaban, y que eso, conjugado con sus males ya acostumbrados, le restaba ganas para seguir levantándose para ir a trabajar, Clarita le respondió con una sola frase, que pudo llevar la intención de restarle importancia a los dolores de la señora o bien, fue lo primero que se le ocurrió, dijo: “a nuestra edad, todos los días estrenamos dolores nuevos”. Susana esbozo una sonrisa, pero solo como compensación a mi esfuerzo por lograr que sonriera, y dijo secamente: “Yo te lo corto” y yo sin una mejor idea asentí.

Eso fue en martes, le dije que si no tenía inconveniente, quería estar unos días más con mi cabello tal como lo conocía antes de que me lo desgraciara, ella sonrió, esta vez mas honestamente y me golpeo en el brazo, dijo que estaba bien, que le pediría prestadas sus herramientas de trabajo a su hermana estilista y que nos veíamos el viernes, volví a asentir; en realidad le dije eso para tener tiempo de conseguir un lugar donde hacerlo, yo ya tenía pensado en donde, mi hermana iba a salir por una semana de su departamento, con hijos y esposo incluidos, solo faltaba que accediera a prestármelo por un día, accedió, aunque claro, no fue de a gratis, hizo que me comprometiera a mantener limpio su hogar durante toda la semana que ella no estaría presente, que incluía sacar las bolsas de basura que tenía rezagadas y limpiar los baños, de los cuales uno estaba tapado, además de reponer lo que tomara del refrigerador. El viernes llego por fin, fui por Susana a la parada de autobús, iba preciosa, más que de costumbre, llevaba un vestido de mezclilla corto que se abotonaba de enfrente que en mi opinión era una invitación a desabotonarlo, debajo de, llevaba unas mallas cafés de licra y unas botas que inmediatamente bautice como botas vikingas por su estilo de manufactura que tenían similitud con las botas de Thor en los comics, caminamos hasta el departamento, cuando estuvimos ahí de su bolso saco una estuchera que contenía todo un kit básico para realizar un corte de cabello, traía rasuradora y sus cabezas removibles de diferentes medidas, tijeras, pinzas para el cabello, crema para rasurar, atomizador con agua ya incluida, la manta de tela sintética que recibe el cabello que va cayendo y hasta un cofrecito negro que contenía talco y en la parte interior de la tapa una brocha redonda para quitar los residuos de cabello. Me sentó en medio de la sala y me coloco la manta, se alejó un momento para colocar su celular en la mesa de centro y comenzó a sonar música electrónica, según ella para entrar en el ambiente de las estéticas, sonreí; con la impersonalidad propia de una peluquera pregunto como quería mi corte, respondí que había decidido que no quería nada extremista, que solo hiciera un despunte y que restara peso en la parte de atrás que es la parte que más se me abulta, asintió y comenzó con la faena. Inicio deslizando las yemas de los dedos por mi cabeza, como acariciando el cabello para pedirle permiso para ser cortado, fue genial, entrelazo sus dedos entre mi cabello y tocaba mi cuello tiernamente en el proceso y yo sentía la suavidad de sus manos sobre mi piel, tomo el atomizador y roció mi cabello con agua y lo escarmeno y pregunto qué tan corto lo quería, le dije que más o menos a la mitad de lo que lo tenía, asintió con una mueca conformista y tomo las tijeras, con las pinzas lo segmento y dio el primer tijerazo, y siguió, se daba tiempos para volver a meter sus dedos entre mi cabello con el propósito de medir que tal iba, pero la manera en que lo hacía se asemejaba más a un masaje que a un proceso de medición, de pronto me sentí relajado y confié plenamente en sus manos, olvide que había tenido un día difícil en el trabajo y aunque había tenido una buena noche de sueño, mis  ojos comenzaron a desarrollar la necesidad de cerrarse; Susana demostró una paciencia y una ternura que yo desconocía, todo lo hizo lento, no se inmuto en ningún momento, incluso cuando me moví cuando me rasuro el cuello. Cuando termino espolvoreo mi cara con un poco de talco, el cuello también, y me quito la manta, la sesión había terminado y casi lo lamente, en esos momentos no entendía como había podido sobrevivir los cortes de cabello sin la dedicación de Susana hasta ese momento, además estaba tan relajado que casi me indigno la sugerencia que me hizo de bañarme para que no tuviera comezón más tarde, de todos modos lo hice, cuando salí de la ducha solo me vestí el bóxer y la playera y me recosté en la cama matrimonial de mi hermana, Susana fue a la habitación para avisarme que había preparado quesadillas con lo que había encontrado en la alacena y el refrigerador mientras tomaba la ducha, pero cuando me encontró recostado en la cama  se mantuvo en pie delante de mí, mirándome y en silencio; algo la hizo olvidar la comida y se quitó las botas, acto seguido las mallas de licra cafés y volvió a quedarse de pie frente a mí y lentamente comenzó a desabotonarse el vestido de mezclilla, por un momento quise ayudarle a desabotonarlo, pero me arrepentí y no hice otra cosa que sonreírle mientras lo hacía; fue un espectáculo maravilloso verla, cuando termino se unió a mí en la cama, extendí uno de mis brazos como indicándole el espacio y ella se acurruco ahí y así nos quedamos, ella vistiendo solamente sus bragas y sostén y yo con el bóxer y la playera; dormimos el resto de la tarde, despertamos cuando el sol tenía rato ya de haberse escondido, comimos las quesadillas frías y el refresco al tiempo, prendimos la televisión un rato pero nos aburrió, jugamos un par de partidas de ajedrez y terminamos platicando y después regresamos a la cama y nos besamos, nos tocamos y volvimos a dormir; esa fue la ocasión que estuvimos más cerca de tener sexo y fue estupendo, y hubiera sido perfecto si a los dos días no me hubiera dado cuenta de lo mal estilista que Susana hubiera sido de haber optado por esa carrera, el corte estaba pésimo; el lunes después del trabajo fui con Clarita para que lo arreglara, pero el día y la noche que pasamos juntos nadie me lo quita.

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