Anonimos
No se amaban pero se atraían, llegaron a
quererse pero sin necesitarse; se sabían reconocer como lo que eran mutuamente,
formaban parte de la transición del otro, una viga de un puente cualquiera que
conducirá a otro camino, con suerte, mejor que el anterior o, simplemente,
distinto. A ella le gustaban los ojos verdes de él, unos ojos sospechosamente
semejantes a los del autor del presente texto; a él le agradaban las manos de
la chica, de dedos largos y delgados, una descripción que se amoldaba a toda
ella, dedos de pianista-pensaba él frecuentemente- desperdiciados en el teclado
de una computadora detrás de una ventanilla.
Se besaron como siempre lo hicieron durante el
tiempo que estuvieron juntos: con convicción. Ellos besaban y tocaban sus
cuerpos por el simple hecho de querer hacerlo, por el placer que les producía
hacerlo. No buscaban la reciprocidad, que es una forma de buscar la aprobación
del otro con quien se comparte la cama y a quien se le confía la desnudez y la
intimidad. Aquella noche no fue particularmente especial, lo cual no quiere
decir que haya sido rutinaria; lo suyo no duró lo suficiente para que sus
encuentros alcanzaran tal estatus.
En la habitación la única luz que se colaba
era aquella de los autos al pasar, ella descansaba su cabeza en el pecho de él
y le preocupaba los tumbos que sentía en la parte izquierda del rostro que
estaba apoyada, “¿es normal que sigas agitado todavía?”, pregunto pausadamente
sin despegarse; “eso espero”, le respondió él y sonrió sin mirarla. El pecho
por fin retomo su ritmo natural; ella se incorporo sobre sus codos y lo miro
como aletargada; ella se movía siempre con timidez, como esperando que después
de cada movimiento, cada gesto, cada flexión, cada palabra pronunciada
existiera una posibilidad latente de desastre. “Lo que no entiendo es cómo
puedes ser amigo de alguien como Fabián. Se la pasa faltándole al respeto a
Fernanda, es horrible”, dijo ella al fin.
“Fabián es de las mejores personas que conozco”;
ella respondió con una mirada confundida; “no me mires así. Es la verdad”;
“¿Cómo puedes decir eso, que no sabes de todas las veces que le ha sido infiel?
¡¿O es que admiras su comportamiento?!”; “te equivocas en ambas cosas”, le dijo
el muchacho y le recorrió la mejilla izquierda con la mano; “¿entonces?”,
pregunto ella apaciguada pero curiosa; “no te lo puedo decir; además no es
asunto nuestro”; “¿Cómo no va a ser asunto mío si es mi amiga y no quiero verla
sufrir?”, dijo ella haciendo gala de esa capacidad de muchas mujeres de cambiar
de estado de ánimo en un tris; “créeme que ella no puede estar con una mejor
persona, de hecho, he llegado a pensar que Fabián se merece a alguien mejor”,
eso ultimo lo dijo el muchacho con la intención de irritar. Ella lo supo al
instante y, aun así, se dejo irritar.
“Te lo contare, pero solo para que me dejes en
paz, ¿vale?”, dijo el para terminar la discusión que nunca tuvo oportunidad de
ganar; ella asintió con una sonrisa maliciosa de satisfacción, luego tomo el
brazo de él y lo uso de almohada; “pero debes prometer que no le contaras a
Fernanda”; ella asintió; “ bueno, es cierto que Fabián nunca ha engañado a
Fernanda; pero cuando comenzaron a salir él se dio cuenta de que ella era el
tipo de mujer que necesita de una relación tormentosa para estar bien… no me
mires así, no tengo la culpa de que tu amiga este jodida”; “eso es absurdo”,
dijo ella; “no tanto, ¿Cuántos hombre conoces que le mienten a sus parejas para
convencerlas de que les son fieles?, Fabián hace lo mismo, solo que al revés;
Fabián le dice que le ha sido infiel para que ella no lo bote… en realidad
tampoco se lo dice, solo deja que Fernanda llegue a esas conclusiones por si
sola”.
“¿Por qué lo hace?”, pregunto ella como
intentando entender; “para protegerla, por que la quiere. Prefiere que ella se
tambalee un poco sobre su cuerda floja en lugar de dejarla caer realmente. Así,
cuando Fernanda ha tenido su dosis de amargura necesaria le devuelve el
equilibrio y siguen juntos como si nada hubiera pasado, por que en realidad
nada paso”. “Es una tontería. Fernanda ha sufrido mucho con otros hombres y
estoy segura de que ella seguiría con Fabián sin necesidad de ese complejo plan
para mantenerla a su lado”, dijo la chica de los dedos largos y delgados de
nuevo irritada; “lo mismo le dije yo al principio, pero lo cierto es que las
personas creen saber lo que quieren hasta que lo tienen enfrente y se dan
cuenta de que no es suficiente. O sea, ¿Por qué crees que tu amiga ha tenido
tantas malas relaciones que han durado más de lo debido?”. Ella se quedo
callada.
Después, ella tuvo ganas de besarlo y lo hizo,
tuvo ganas de sentir sus manos sobre sus glúteos y lo hizo; él tuvo ganas de
pasar sus dedos entre su ondulada melena negra en la que asomaban una canas
prematuras (a los veintinueve lo son), al igual que a una chica que conoció
alguna vez el autor del presente texto, y lo hizo. Era lo que ambos les
gustaban de ellos, que, por lo general, sus ganas estuvieran sincronizadas.
2.
Apenas la puerta se abrió ella se coló dentro
del departamento como a hurtadillas y busco abrazarlo pero él la esquivo. No
insistió con el abrazo, tampoco se puso a la defensiva pero sabía que algo
había cambiado, no para bien o para mal. Él le indico con la mano una silla del
desayunador; ella obedeció, se sento y se reacomodo el cabello ligeramente
entrecano como quien se prepara para alguna actividad física y no tiene una
liga para recogerlo. Él se sentó frente a ella y la miro unos segundos
alargando el silencio y haciéndolo un poco incomodo; era difícil precisar su
estado de ánimo, podía estar molesto o triste o no sentir nada en absoluto.
“Le contaste a Fernanda lo que explícitamente
te dije que no le contaras”, no había una pizca del acostumbrado sarcasmo; “lo
siento, pero estaba muy triste, lloraba por otra conjetura suya y me partió el
corazón verla así. La quiero como a una hermana”, ella también estaba seria,
aunque podía adivinarse un mezcla de pena y orgullo en su voz; “te dije que no
te metieras, que no era cosa nuestra”, sonó molesto, muy molesto; “¡no la iba a
dejar sufrir por algo que no ocurrió!”, se excuso ella. “¿Hace cuanto no hablas
con ella?”; “como una semana, tal vez menos”; “yo acabo de hablar con Fabián;
fue a recoger a tu “hermana” a un motel de mala muerte y la encontró con un ojo
morado y los labios reventados…”, parecía que iba a decir algo mas; “no es mi
culpa”, dijo ella mirando hacia el piso, “ella…”; “¿está mal?”; se escucho un
sollozo a manera de concordancia; “dejo a Fabián y se fue con el primer tipo
que la invito a salir”; otro sollozo que quizás quería decir “no digas mas” o
“déjame en paz”; los ojos verdes la miraron como queriendo decir “te dije que
no te metieras” o “lo siento”, entonces él tuvo ganas de tomarle la mano, como
para dar por aprendida la lección, y lo hizo. Ella acepto la mano a manera de
tregua; luego se levantaron casi al unisonó y se abrazaron.
Ella tuvo ganas de conducirlo a la habitación
y lo intento, pero él no quiso. “No tengo ganas”, sonaba cansado, “tal vez otro
día… sigo molesto”; ella no insistió, le dio un beso en la frente y se marcho.
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