Expectativas en Bunbury
Enrique Bunbury es un tipo al
que he defendido a capa y espada durante años en conversaciones de borracho,
argumentando, la mayoría de las veces, que primero deberían darle una
oportunidad a su trabajo sin el prejuicio típico de “es el tipo que le copio el
look a Jim Morrison” o el otro recurrente que es “desde que se salió de Héroes
del Silencio hace puras porquerías”, pero lo cierto es que, a últimas fechas,
no me lo pone nada fácil. Si bien Palosanto, su último disco de canciones inéditas,
se salvaba por algunos pincelazos en los que se asomaba el viejo Bunbury, como Mar
de Dudas lo constata, y se respetaba su propuesta activista, también hay que
señalar que comenzaba a mostrar indicios de agotamiento creativo; ahora, acabo
de escuchar los primeros singles de Expectativas, su nueva producción con miras
a estrenarse en octubre, y lamento decir que esa fatiga se percibe acrecentada.
En mi opinión, el mejor halago
que se le puede hacer a un artista que admiro, llámese cineasta, pintor, actor,
escritor, músico o cantautor, etcétera, es el de pagar por su trabajo y, para
ser honesto, Bunbury es el único de quien he comprado sus discos originales y
por quien pago asiduamente para verlo en concierto; es más, fui a verlo tocar
en el aniversario de Ciudad Nezahualcóyotl el año pasado y si ir a meterse al
bordo de Xochiaca no dice “me encanta tu música” entonces no sé qué lo hará.
¿Por qué Bunbury? Lo que me
gustaba de él era lo que proyectaba, su actitud inconformista, bohemia, errante,
curiosa; su papel de amante trágico e incomprendido, visceralmente poético. Era
alguien que buscaba algo, que se clavaba en la literatura y en culturas ajenas
a la suya y lo aderezaba todo con licor y anécdotas de cantina, y todo eso me parecía
tan honesto. El problema es que ahora ya no lo estoy sintiendo como antes, lo
siento demasiado cómodo en su sitio, demasiado políticamente correcto; ya no se
sumerge de cabeza en otros géneros, se limita a experimentar solo lo suficiente
para parecer original y sustenta sus canciones, ya no en el contenido, sino en
la interpretación y el apartado musical.
¿Dónde está el Bunbury que se
montaba un circo para dar sus conciertos, que se iba a lugares exóticos para
inspirarse, que chocaba con cosas por estar hasta el culo, que no le gustaba
conducir un automóvil, que bebía tequila en el escenario? No digo que no
debiera tener una evolución personal y musical, después de todo, el
estancamiento no es sano pero esta versión suya descafeinada no termina de convencerme y, en realidad, no
le pido demasiado, solo quiero un par de canciones que me inciten a servirme un
trago; mientras tanto, continuare esperando a que me dé la sorpresa.
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