El niño y la mujer (o viceversa)


1.       Una ligera introducción
De una película pornográfica, en promedio, solo vemos una cuarta parte, los actores pasan, a veces, hasta mas de cuatro horas retozando ininterrumpidamente, al menos eso es lo que dicen ellos; el producto final, depende, claro, como en toda obra cinematográfica, de la edición. Todos los que hemos visto porno alguna vez tenemos o tuvimos una película favorita de ese genero, sobre todo en la pubertad que es cuando, dicho de manera soez, nos salen pelos donde antes no había y desarrollamos esa tendencia a la masturbación, casi crónica; Gerardo no es la excepción, tiene catorce años y hasta hace un par de semanas sus metas no eran demasiado altas, él se hubiera conformado con ver una mujer desnuda para quedar satisfecho; quizás no estuviera muy consciente de eso, pero lo que el deseaba era saber, saber si cualquier mujer es tan perfecta como una porn star, si los gemidos y demás sonidos eran tan exagerados, si para una mujer era tan placentero practicarle felación a un desconocido que se encontrara en la orilla de una piscina o a su instructor del gimnasio, en resumen, era un inocente, un crio que siendo hijo único, con un padre distante tenia un nulo conocimiento sobre mujeres, lo mas cerca que había estado cerca de una era cuando un profesor organizaba equipos mixtos para llevar a cabo un proyecto común. Obviamente era virgen y sus impulsos sexuales los mitigaba con porno, extenuantes jornadas de masturbación encerrado en su habitación viendo fotos y películas; tenia afición por los largometrajes con alguna temática fetichista, fantasías de corsés y ligueros, antifaces y látigos, pero sobre todo tenia una afición por las películas setenteras, de la época de Ron Jeremy y la actriz de “Garganta Profunda”, película que le causo un dejo de nostalgia al saber que la estrella de la misma había fallecido.

Tampoco sabia esto sobre si mismo, al menos no sabia el tecnicismo con que se definía, era voyerista, disfrutaba con la vista, le provocaba placer el hecho de ver a una mujer sentada sobre el falo de un hombre, le fascinaba ver el movimiento oscilatorio de unos glúteos bien formados rebotando sobre el cuerpo del otro, pero en lo que residía, mayormente, su placer era en ver como la mujer era dueña absoluta de la situación manejando el ritmo de la penetración a su placer y eso es lo que el deseaba de una mujer, quería ser victima y razón del vaivén de unas caderas y aunque al final, de cierto modo, le resulto un tanto decepcionante, lo consiguió.

Pensar en Irene me hace recordar aquella vieja canción de Héctor Lavoe, “Triste y vacía”; es señalada y sus ingresos tienden a levantar sospechas, la mayoría cree que desde que enviudo se dedica al  oficio mas viejo del mundo, unos pocos piensan que tiene un novio que la mantiene, a ella y sus cinco hijos, en realidad creen lo mismo, solo que dicho de diferente manera, que se gana la vida con su cuerpo pero que equivocados están, aunque no los culpo, es fácil dejarse llevar por las apariencias; Irene tiene esta apariencia de golfa apasionada, no se me ocurre una manera correcta de explicarlo, quizás sea a causa de su mirada penetrante y severa, además de su  modo de vestir, sencillo pero entallado; tiene casi cuarenta años, treinta y ocho y medio para ser exactos y, a pesar de sus cinco embarazos, un cuerpo que envidiarían hasta algunas chicas de veinte; es bajita, quizás de un metro con cincuenta y cinco, es difícil saberlo con esos tacones de aguja, su piel es blanca, casi pálida, sus labios rosados y un cabello que cambia de color eventualmente. Si tienen curiosidad se los diré, se mantiene gracias a un seguro de vida que su difunto marido tenia, su hijo mayor de quince años ha conseguido trabajo como lava lozas en un restaurante y ella es mesera en un bar y aclaro, solo es mesera, sin ningún tipo de contacto físico con los clientes.

Lo paradójico de que la gente piense que es una puta es que la realidad no podría ser mas contraria, Irene ha sufrido de una abstinencia sexual de cinco años, un año mas desde que enviudara, lo que pasaba es que su vida marital, hacia su ultimo tramo, había decaído vertiginosamente; en su matrimonio había todo tipo de situaciones, lo clásico, ya saben, un esposo y padre ausente e infiel, cuentas acumuladas, unos niños que comenzaban a guardarle cierto rencor a su progenitor, una madre victima de indiferencia sexual pero excelente sparring, camisas con manchas carmín en el cuello. Pero si la muerte tiene algo de irónico es que tiende a minimizar los errores y defectos y agiganta las medianas virtudes y revive los recuerdos.  

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