Surrealista

No se como llegue ahí y no se lo que estaba haciendo en esa escuela, la cual sospecho, debe ser la universidad del estado de México, interrumpiendo precisamente su clase, la cual por cierto, ignoro la temática. Una cosa es segura, después, en el preciso momento, caminando sobre la aceras de Zaragoza, no desearía estar en ningún otro lado. Se ve mas delgada que la ultima vez que nos vimos; su rostro, que siempre ha sido ovalado, tiene algo, no se realmente que sea, pero la hace ver mas estilizada y como resultado, a sus casi veintitrés años, esta hermosa; sigue utilizando esas blusas entalladas, en esta ocasión es una blusa negra sin tirantes; cuando toma mi mano con la suya y entrelaza sus dedos con los míos, los reconozco de inmediato, esa piel, suave, fría y frágil; camina sonriendo, pareciera que le da tanto gusto como a mi que la casualidad nos jugara esa agradable treta. Hasta ahí, nada parece extraño, salvo que no he escuchado el “cancarancancan” que emiten los chimecos, si están ahí, no les he puesto atención; tampoco percibo ese aroma a coladera en el ambiente, además, también hay un dejo de surrealismo, todo es como debiera ser, pero al mismo tiempo es diferente, debería decírselo, después de todo, sus libros predilectos son los que encierran novelas surrealistas.

Le hago tres preguntas sin darle espacio a su respuesta, estoy ansioso y a la vez, un poco, solo un poco temeroso, parece demasiado bueno. ¿Dónde vives? ¿Me das tu número? ¿Saldrías conmigo? Espera unos segundos con una sonrisa estacionada en su rostro, como para ver si voy a añadir algo mas, cuando se asegura que no, me hace saber que ahora reside cerca del metro Pantitlan; dice que si, que al rato, antes de despedirnos me lo da y respecto a mi tercera pregunta, vuelve a asentir y me aclara que, de hecho, ya estamos en una cita. Casi la abrazo por eso, pero algo me lo impide, en lugar de eso, le hago saber que últimamente ha estado en mi cabeza, sobre todo por las circunstancias en las que me encuentro y que me han llevado a frecuentar sus rumbos, vuelve a sonreir; me doy cuenta que no esta diciendo mucho, pero que sonríe sin mucho problema.

Estamos en un local donde venden comida corrida, de momento parece un local mas en el área de comidas de cualquier mercado, aunque bien podría ser una accesoria sobre Zaragoza, en realidad no importa. En el lugar tienen esta temática de la colectividad, si no hay espacio tienes que compartir tu mesa con quien vaya llegando, en esta ocasión, a su derecha esta un tipo que parecía un vagabundo, olía como uno, comía como uno, con sus modales toscos y restos de sopa escurriendo por su barba crecida, pero algo me dice que no lo es; a mi izquierda, esta un hombre de baja estatura y mediana edad, vestido como oficinista, camisa de manga larga, blanca con delgadas rayas negras; un pantalón de vestir, negro, corriente, que en la parte de la cintura, hace aun mas evidente su panza. Ella los trata con familiaridad cuando les pide que le alcancen algo, los llama por sus respectivos nombres, pero no recuerdo ninguno. Su mano sigue entrelazada con la mía. Con la mano libre, nos llevamos, con la cuchara o el tenedor, los alimentos a la boca; ni siquiera se lo que estoy comiendo, pero eso no importa, ella aprovecha cualquier oportunidad para mirarme y sonreírme, yo ni siquiera me atrevo a quitarle la mirada de encima, tengo la sensación de que si lo hago, podría desparecer. Estoy feliz.

De pronto, un frio intenso comienza a recorrer mi cuerpo, comienza por los pies, se extiende por la espalda y mis manos; llega a mi cabeza y su imagen comienza a volverse borrosa; no se lo que pasa, pero una parte de mi lo intuye, siento pánico por un segundo, me repongo y quiero hacer algo, pero he perdido el control del momento, quiero darle ese abrazo que reprimí cuando caminábamos, pero no hay tiempo, solo alcanzo a articular una sola palabra, su nombre, el diminutivo de su nombre, para ser exacto, Fanny; lo digo como cuestionando, pero aderezado de nostalgia y melancolía y ella me dedica una ultima mirada, esta vez inexpresiva. Su imagen se descompone aun mas, y de pronto, todo lo que veía se vuelve oscuro, pasa algo parecido a cuando se va la luz en la sala de un cine; todo se queda oscuro por un segundo. Cuando abro los ojos el frio intenso seguía haciéndose sentir. Alguien había dejado la ventana abierta en mi habitación, casi exclamo una maldición mientras me levanto de la cama. Cierro la ventana y vuelvo a recostarme, me coloco la cobija de nuevo, con la intención de volver a dormir y de retomar el sueño. No lo logro, después de quince minutos intentándolo me doy por vencido; el reloj marcando las ocho con quince; me vuelvo a levantar, me siento en el banquito frente a la computadora y me doy a la tarea de escribir esto, aprovechando que tengo el día libre o al menos parte de él.

Ese fue mi primer sueño del año, me parece extraño que haya soñado con ella, tiene años que no la veo. Fue un buen sueño, de verdad, bastante lucido, por cierto, pero un buen sueño, de los mejores que he tenido últimamente, pero es una pena que solo haya sido eso.

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