Señorita:



Estamos de nuevo ante un simulacro del fin del mundo y eso es siempre un buen aditivo para recordar nuestro verdadero lugar en el mundo, es decir, siempre hemos sido insignificantes y el desarrollo del gran panorama nunca ha estado en nuestras manos, mucho menos el modificarlo. Lo mejor que podemos hacer es vivir nuestras pequeñas vidas y, a nuestra particular forma aspirar a la felicidad, lo cual cada día es más difícil dando los índices de violencia están a la alza lo suficiente para que un país no necesite de una tercera guerra mundial para ser considerado un estado de conflicto, los nuevos impuestos con los que inauguramos el año tampoco son muy amables y, ahora más que nunca en la historia reciente, una despedida puede ser definitiva aunque sea solo para hacer algo tan cotidiano como salir a comprar tortillas.

La vida se basa, fundamentalmente, en el latido de un corazón cuyo máxima función es bombear sangre al resto del cuerpo, no es cosa sencilla, es el único órgano que no descansa ni un segundo durante su tiempo activo, el resto son solo excusas románticas que nos inventamos para encontrarle sentido o darle un propósito para continuar latiendo.  Biología, tan fascinante como frágil. Así que puede que la vida carezca de sentido y en realidad estemos condicionados social y emotivamente por un sistema económico que nos dice cómo, cuándo y qué sentir, pero es lo que hay y eso no tiene por qué ser necesariamente malo.

El mundo es lugar grande y malo en el que hay que aprender a tener un buen juego de piernas para sortear los obstáculos con el fin de que nos hagan el menor daño posible y quizás, si el azar nos lo permite, conseguir, al menos, un momento de auténtica alegría. Lo que intento decirle, señorita, a pesar de mi tono fatalista, es que ojala que cuando vuelva acepte salir a comer pizza o ver una película conmigo antes de que los misiles surquen los cielos y borren de la faz de la tierra una especie que ha tenido siete mil años de más en ella.

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