Realidades (primera parte)

Parecía un buen tipo, creo que lo era; apenas llevaba media cerveza y se le notaba que la bebida no era lo suyo, estaba brindando con desconocidos, quienes después de dedicarle muecas de desaprobación lo ignoraron, para cuando lo hizo conmigo ya lo había hecho con otras cuatro personas; yo le respondí el brindis por mera costumbre; él pensó que había encontrado a su nuevo mejor amigo, en lo cual se equivocó; no lo he vuelto a ver y mira que lo ha intentado, me ha marcado algunas veces para volver a ir al bar e intercambiar historias y no es que me caiga mal, pero por alguna razón no quiero salir con él. Se llamaba Carlos, bueno, no se llamaba asi, pero asi lo rebautizare para efectos de anonimato y confidencialidad.

Aun brillaba el sol afuera del local que convirtieron en bar, cuando alguien se dio cuenta que el vicio del alcohol era una buena fuente de ingresos; en serio era un lugar pequeño, en la pared que quedaba hacia el norte estaba la barra, perpendicularmente, la entrada y el demás espacio estaba ocupado por seis mesas; los baños eran deprimentes y el aroma peor, eran unos cubículos, en la parte sur, de a metro y medio cuadrado en los que cabía una persona por turno, en el caso del baño para hombres resultaba incomodo tratar con el retrete pequeño, el mingitorio con pastillas aromatizantes en forma de gota y el lavabo al que solo le servía una de las llaves, la cual, por cierto, mostraba un estado avanzado de oxidación. El lugar estaba a tope, decirlo así, resulta involuntariamente sarcástico, ya que comparando las veintinueve personas que estaban, con los números de cualquier otra cantina, bar u antro en viernes social, es una cifra bastante enana. El rebautizado Carlos estaba a unos tres asientos de mí en la barra, mirando inexpresivamente a las personas con quienes había tratado de hacer conexión antes de mí, se trataba de tres chicas de mediana anatomía, el cuarto era un hombre de mediana edad barbudo que se hacía compañía con una mujer gorda de maquillaje exagerado y de modales toscos.

Después del brindis mencionado, Carlos se cambió de asiento al que estaba desocupado a lado mío, de hecho, por la manera en que se presentó y trato de sacar temas de conversación, por un momento sospeche que era gay y comenzaba a arrepentirme de haberle respondido el saludo, pero estaba equivocado; comenzó a hablarme de mujeres, en específico, de su novia, una tal Ericka, y de la pelea, bastante ñoña a mi parecer, que había tenido con ella, ese era el “porque” estaba en ese agujero maloliente y me empecé a sentir medianamente cómodo con su compañía; en base a eso comenzamos un dialogo sobre asuntos amorosos, filosóficos e incluso tocamos el tema del racismo, fue un intercambio interesante de opiniones.

Hablando de mi estadía ahí, estaba justificada por el trabajo, bueno, no en realidad, si bien había tenido una jornada pesada en la oficina, capturando datos atrasados en Excel, lo que me había llevado ahí en mayor medida, fue que mi secretaria se había reportado enferma, claro, cuando me refiero a “mi secretaria” me estoy refiriendo a la chica con la que estaba teniendo una aventura y los viernes, obviamente, después de ir a cenar o al cine, habíamos agarrado la costumbre visitar un hotelito que no conociéramos, ya saben, por aquello de no caer en rutinas o al menos eso era lo que pretendíamos. Le habíamos dado el status de aventura a nuestra relación de común acuerdo, a ambos nos acomodaba, no había concesiones al celo, ni a muestras afectivas en el trabajo, aunque eso resultaba un tanto hipócrita pues lo nuestro era un secreto a voces en la oficina; “mi secretaria” en realidad si era secretaria, solo que de mi jefe y sospecho que el hecho de que ella y yo tuviéramos una relación influyo bastante en su decisión de encargarme la actualización de los archivos financieros de la empresa; en mi opinión, era un precio muy pequeño para lo que ella valia y eso era parte de mi problema, ya no estaba tan a gusto como al principio con el status de aventura en lo nuestro; quería, no se, conocer a sus padres, entrar a la oficina juntos y de la mano o cuando menos poder saludarla cariñosamente por las mañanas, dar concesiones mutuas; la otra parte del problema es que ella no parecía muy convencida de legitimarnos.

Nota: La siguiente entrada se titulara: “La historia de Ericka”

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