Sujeto a cambios de última hora (primera parte)

Es genial cuando las cosas salen de la forma en que se tiene pensado, así fue mi historia con Susana, fueron cuatro meses, nueve días y diecisiete horas muy buenos; teníamos temas de conversación en común pero siempre desde perspectivas diferentes, más que diferentes, opuestas, lo cual transformaba una simple platica en todo un conflicto argumental, no importaba quien tenía la razón sino quien defendía mejor su punto de vista; a veces me ganaba, a veces yo salía victorioso; hubo un tema que agotamos hasta el cansancio y que supongo que fue nuestro único empate, me refiero al aborto, ella estaba a favor, yo no; Susana decía “la mujer tiene derecho a decidir lo que pasa en su cuerpo“, yo respondía que eso estaba perfecto, pero que esa frase hacia mayor referencia a cirugías estéticas o a tratamientos médicos experimentales y no a lo que en esencia es asesinato y que partiendo de esa premisa, la ley estaba cayendo en una contradicción constitucional y así sucesivamente y casi siempre terminaba ella diciéndome que yo no podía opinar acerca del tema porque no era mujer y que ignoraba los cambios que un embarazo no deseado producía, yo le lanzaba un revés diciendo que si a esas íbamos, ella tampoco podía opinar pues nunca había estado embarazada. A veces argumentaba cosas que no terminaba de creerme a mí mismo, pero el hecho no ceder formaba parte del encanto de nuestra relación, pero a pesar de nuestras opiniones irreconciliables, había algo que si teníamos parecido y era que estábamos solos y tristes; podíamos mantener amistades y contar con alguna aventuras y podíamos sonreír, pero al final la mueca regresaba a nuestros rostros.

Nos conocíamos hacia casi seis meses cuando quedamos para tomar un café; fuimos al Starbucks de plaza jardín y como yo no estaba muy familiarizado con la mayoría de tipos de café que había en la carta, ella ordeno por ambos, lo cual fue un acierto. Platicamos larga y tendidamente; me conto que seguía enamorada de un ex, pero que por problemas con sus horarios y las distancias habían ocasionado, sobre todo, celos por parte de ambos y por ende, que terminaran y que aún no sabía que iba a pasar con ellos; mi historia no era muy diferente, yo también seguía (y sigo) enamorado de una ex, pero lo mío era más complicado, pues Irene, como la llamare para efectos de discreción, tenía una relación formal y duradera con alguien que era más afortunado que yo; el caso es que, además de ser atractiva,  con Susana hubo química y en algún momento nos besamos; no fue que solo uno de nosotros tuviera la intención, no, fue al unísono; fue en uno de esos silencios en los que uno se queda pensando que hacer o que decir hasta que cae en cuenta de lo que sigue. El primer beso facilito todo, llego a romper cierta tensión que había hasta ese momento; vino el segundo, que fue como una confirmación de que lo que estaba pasando era real; ese beso fue mejor, confiado, largo; la técnica de Susana era ir de menos a más; por mi parte, mi técnica es más flexible, como dijera mi anciano papi: “como te lo vayan pidiendo”.

Después del café nos dedicamos a deambular un rato por la plaza, hicimos escalas en la librería, en las tiendas de ropa, en una tienda de helados, mientras hacíamos el recorrido nos dedicamos a divagar sobre el tipo de relación que tendríamos; estábamos conscientes que nuestros corazones estaban comprometidos, así que optamos por tener una relación sin eso mismo, compromisos; llamarnos “amigovios” parece un concepto de secundaria, llamarnos “amigos con derechos” no nos parecía cómodo y llamar a lo nuestro una “aventura” nos parecía vulgar; entre los títulos que si pensamos se encontraba el de noviazgo sin restricciones o sujeto a cambios de última hora, pero eso fue más como una especie de sarcasmo, así que decidimos en dejarlo en que teníamos “algo” y punto. Una vez que arreglamos esa parte lo siguiente fue poner las reglas del juego, de las cuales, la más importante y que más que una regla sería la única promesa que nos haríamos, fue honestidad, ante todo, y en serio; las siguientes ya eran de las acostumbradas; el derecho a celo, por ejemplo, estaba prohibido con cero tolerancia; además incluimos una clausula en la que estipulamos que en el momento en que cualquiera de los dos dejara de sentirse cómodo o que hubiera un cambio de planes, se tendría la confianza de decirlo y se disolvería la relación, sin ningún tipo de reclamo o escenas; lo que en realidad queríamos decir con eso, era que si alguno de los dos tuviera la oportunidad de volver con su respectivo, respectiva, en mi caso, se le hacía saber al otro, nos estrecharíamos la mano y nos desearíamos la mejor de las suertes. Como a las nueve de la noche subimos al auto que había pedido prestado ese día y la lleve a su casa; me estacione a media cuadra y estuvimos todavía cerca de una hora platicando y besándonos; cuando se despidió de mi lo hizo con una sonrisa y para mí, ahí se terminó el día, un muy buen día, por cierto.

Los días pasaron, nos veíamos tres o cuatro días a la semana, conocí a sus amigas del trabajo, con las cuales me presento sin titulo, ni mucha importancia y acto seguido me beso; yo hice algo parecido cuando conoció a mis amigos de la escuela. Dicen que me veía feliz con ella, yo me limito a decir que estaba bien; me preguntan porque la deje ir, algunos me siguen preguntando por ella.

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